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Francisco Ledesma Gámez
Sé que es un lugar común y un tópico recurrente acudir a una de las frases más celebradas de Baltasar Gracián con la que preconizaba que lo bueno, si breve, dos veces bueno. No puedo evitar pensar que Gracián, al acuñar esta sentencia, debió tener presente este tipo de ejercicio –exordio lo llaman- con el que se aspira –las más de las veces de manera fallida- a introducir al lector en la obra que se aprestan a hojear. Es algo así como el vestíbulo que antecede al ingreso en un edificio y debe ser el preludio de lo que el visitan- te va a encontrar en los distintos rincones que se dispone a recorrer. Es un ejercicio no exento de peligros. No faltan ejemplos de esta afirmación. En no pocas ocasiones, el responsable de presentar una publicación sucumbe a la tentación de hacer ostentación de sus conocimientos o se empeña en desmenuzar de forma previa y excesiva el contenido de la obra. Más que introducción, se convierte en una glosa casi infumable que desalienta al más esforzado lector. En estos casos se echa en falta esa virtud que Baltasar Gracián recomendaba. La brevedad es siempre oportuna y en labores como esta lo es doblemente. Si el autor de los párrafos de presentación acierta a captar la atención del lector, este quedará con ganas de proseguir la lectura. En el frecuente caso de que el exordio sea todo menos ameno, no cabe duda que se agradecerá que el suplicio sea lo más corto posible. Se entenderá que intente ser sintético y me limite a resaltar los valores que entiendo tiene la obra que el lector tiene entre sus manos.
Entre las cualidades que atesora Tamayo, la Cofradía de la Soledad y su patrocinio religioso en la villa de Osuna, en primer lugar está la recuperación de una parcela olvidada del pasado ursaonense. Se aborda desde una perspectiva diacrónica, desde sus orígenes en el siglo XVI hasta su desaparición en el XX. Se ha enfocado huyendo de incurrir en el pecado de localismo, siempre con una carga letal de chovinismo excluyente, recalcitrante y autocomplaciente. En todo momento, se persigue contextualizar el fenómeno que se estudia, ya que es la única manera de conseguir imbricarlo en el horizonte social y cultural en el que se desarrolló.
Entiendo que es reseñable y nada despreciable que este trabajo de investigación haya sido realizado en colaboración. Sus autores, Luis Jiménez- Tuset y Antonio Morón, pertenecen a dos generaciones distintas; con formaciones diferentes, a la vez que con intereses investigadores diversos. A pesar de ello, han sabido cooperar para llevar a buen término este trabajo. Luis Jiménez-Tuset, empresario, lleva décadas estudiando e investigando su pasado familiar. Recientemente, en 2018, publicó una obra monumental, “Tamayo. Recuerdos de una familia”. En sus casi 1000 páginas ha volcado más de 600 años de historia de este linaje. A pesar del volumen y la prolija documentación atesorada durante décadas de investigación, el presente libro viene a dar luz a algunos aspectos y completar su estudio. Por su parte, Antonio Morón, historiador de formación, se ha visto atraído por el mundo de las cofradías, hermandades y la religiosidad que las rodea, deslizándose, casi sin querer, hacia la vertiente artística que envuelve a este mundo devocional. Probablemente, ninguno de los dos habría pensado hace años que acabarían colaborando en una empresa investigadora como esta. Ya se sabe que los caminos del estudio del pasado son inescrutables.
Para finalizar, y tratar de cumplir la promesa de brevedad, hay un aspecto que juzgo primordial. El tema que se aborda, a caballo entre la genealogía y lo devocional, se ha realizado con una metodología moderna. La religiosidad es un aspecto que actualmente se estudia como un elemento que contribuye a la construcción de la identidad familiar. Los trabajos que abordan la familia ya no se enfocan desde la perspectiva exclusivamente genealógica y tratan de poner en relación los distintos elementos identitarios con los que se construye un linaje. En esta ocasión, el objetivo ha sido cumplidamente conseguido.
Seguramente se podrían apuntar muchos más valores que este libro atesora; probablemente se podrían analizar múltiples aspectos y desmenuzar los cinco capítulos que lo componen. Sin embargo, esa es una tarea que corresponde realizar al lector, al que recomiendo que, en el caso de que estos párrafos no le hayan disuadido, prosiga pasando las páginas que se encontrará a continuación y se sumerja en ese trozo de pasado ursaonense que los autores han desvelado.
Estimado Luis, permíteme que te escriba porque por teléfono se me puede olvidar algo. El sábado por la noche me leí tu libro. Primero quiero agradecer tu dedicatoria, ya que en el día a día lo único que intento transmitir a mis hijos son los valores que a mí me fueron transmitidos. Respecto al prólogo, creo que pocas personas en Osuna pueden hablar sobre cualquier aspecto de la historia con tanto fundamento como Paco. Su prólogo ayuda a darle todavía más consistencia al libro. Después, la dedicatoria general del libro. Como presidente de la institución, el detalle que has tenido con el Consejo de Hermandades ha sido tremendo. Se trata de una labor oculta y oscura que suele pasar desapercibida. Así que muchísimas gracias. Y respecto al contenido… Hay una frase muy manida que se suele repetir mucho: “un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Siempre se dice en tono negativo. Y con este libro yo diría: «ojalá se conociese la historia para volver a repetirla». Ojalá nuestras hermandades contasen con un patrocinio tan fiel y que ha dejado para nuestro pueblo innumerables bienes. Bienes materiales que sirven para transmitir y forjar los bienes espirituales. Mi enhorabuena y, como dices al final del libro, que Nuestro Padre Jesús y nuestra querida Virgen de los Dolores nos protejan.
Estimado Álvaro, muy agradecido por tus cariñosas palabras.
LA CONDESA DE UREÑA Y LA ICONOGRAFÍA DE LA VIRGEN DE LA SOLEDAD DE LOS FRAILES MÍNIMOS (II)
D. José Luis Romero Torres
Conservador del Patrimonio Histórico Consejería de Cultura. Junta de Andalucía